Donde la riqueza es alegría

Un día leí: “Si quieres ver a la gente realmente feliz, ¡ven al Perú!” Vine y vi mucha gente feliz aunque, según la opinión del primer mundo, es pobre, porque no tiene muchas cosas. ¿Cómo es? ¿Quién es pobre?.

 

Los chicos de la sierra de Lares me han dado su res­puesta en un breve dialogo:

- ¿Cuántas llamas tienes? - Ni una.

- ¿Y alpacas? - Tampoco.

- ¿Ni ovejas? - Ni ovejas.

- Entonces, debes ser muy, muy pobre.

 

¡Qué mundos tan diferentes! En mi país, Eslo­vaquia, ser un pastor ya significa ser una persona pobre. Los estándares de riqueza de Europa, o de los países del norte están relacionados especialmente con el dinero. No hay mucho espacio para apreciar la riqueza y el valor de los animales o la naturaleza, o el valor de la vida en sí misma. Me parece que se ha olvidado que la felicidad -lo que todos estamos buscando- no depende y no puede depender de las cosas materiales, de las cosas que pasan. Quería comprenderlo siempre mejor, más profundamente. Agradezco mucho a todos los que en Lares me han ayudado a conseguirlo.

 

¿Por qué en Lares?

Viví casi tres meses en este pueblito, a 3222 m.s.n.m., bien lejos de civilización moderna, en la Casita “Santo Domingo Savio”. Allí, unos 50 niños y niñas, y adolescentes, el domingo llegan caminan­do 3, 4 ó 5 horas desde sus comunidades. Dejan a sus padres, sus ovejas y llamas para poder ir a la escuela durante toda la semana. Siempre pienso en esos “peques”: ¿cómo es posible que a los 6 ó 7 años esos niños pueden estar tantos días lejos de su casa? ¿Cómo se sienten por la noche? ¿No extra­ñan el cariño y amor de sus familias? Y cerrando mis ojos veo ante mí las cabecitas con pelo negro, ojitos llenos de alegría, las mejillas rojas por el viento, el frío y por el sol de la sierra, y, por supuesto, veo los “chaki” (pies) descalzos, con ojotas. Veo sonrisas y colores. Y siento alegría. No, aquellos ni­ños no son pobres. Saben reír, saben amar y ayudarse unos a otros. Son humildes, tienen mucho talentos y ganas de apren­der. Y además, saben agradecer a Dios y a la gente, y vivir juntos con respeto como en una familia.

 

Vivir con aquellos niños en medio de montañas para mí ha sido una experiencia que me ha revelado nuevos conocimien­tos sobre el mundo y la vida humana. No todo es como pensaba. El maíz no es solo amarillo, el norte puede bien significar un lugar donde hace más calor, en fin, ser un pastor no debe significar necesariamente ser pobre. Saliendo de la Casita espero que Marleni, conocida como una “chica difícil”, siga protegiendo a su hermanita Reyna; que Urbano aproveche bien su talento de pintar, que Luis Felipe no pare en poner preguntas muy filosóficas, que Yeni un día celebre su cumpleaños con una torta con mermelada, que Hernán siempre esté cantando y bailando con la escoba, que es más grande que él. Espe­ro que todos esos niños nunca pierdan su más precioso tesoro: la alegría del cora­zón puro.

 

“...No, aquellos niños no son pobres. Saben reír, saben amar y ayudarse unos a otros. Son humildes, tienen mucho talentos y ga­nas de aprender. Y además, saben agradecer a Dios y a la gente, y vivir juntos con respeto como en una familia”.

Zuzan Citarcikova

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